No le creas sólo por ser metaanálisis

Un solo estudio rara vez da suficiente certeza como para recomendar algo en salud. Hay cosas que pueden suceder por azar. El número de participantes en el estudio, el número de desenlaces clínicos, la manera de asignar los tratamientos a cada grupo, el efecto placebo, el seguimiento de los pacientes, etc., todo ello tiene un impacto en dicha certeza. De ahí la importancia de tratar de juntar todos los estudios que existan tratando de responder una misma pregunta. Precisamente ése es el objetivo de las revisiones sistemáticas.

Los autores de una revisión de calidad se formulan una pregunta clínica específica y escogen el tipo de estudio más apropiado para responderla. Luego buscan todos los estudios que se han realizado (no sólo los publicados y no sólo los que estén en su idioma natal). Después analizan la calidad de los mismos, lo cual es crítico (no todo lo que brilla es oro). Finalmente analizan los resultados, los combinan cuando es apropiado, y los interpretan. Y todo debe ser transparente, con los métodos explícitos, de manera que si alguien replica la revisión debería llegar a las mismas conclusiones.

Pero sería un error considerar a ciegas las conclusiones de una revisión sistemática que incluye un metaanálisis como la mejor evidencia. Las revisiones también pueden tener sesgos. El hecho de que en el título del artículo contenga las palabras “revisión sistemática” o “metaanálisis” no significa que debamos confiar en él como para informar nuestra práctica clínica. Hoy me compartieron dos ejemplos que ilustran esto a la perfección.

El primero es un metaanálisis sobre un medicamento para la tos. Si tú usas ese jarabe, automáticamente te alegrarán sus conclusiones. ¡Pero resulta que los autores no analizaron la calidad de los estudios que encontraron! ¿Cómo puedes saber si creerle a los resultados si no checas primero si están bien hechos los estudios?

El segundo es un artículo más moderno y con más caché. Se trata de un metaanálisis en red: un análisis matemático para comparar diferentes tratamientos aún cuando no haya estudios que los comparen directamente entre sí. Los autores ponen gráficas impresionantes en sus resultados, pero no analizan de manera la calidad de los estudios, al menos no de forma explícita, sólo la asignan en una tabla.

Resulta increíble que a pesar de que existan lineamientos para elaborar y reportar revisiones sistemáticas con o sin metaanálisis, como el PRISMA, aún haya revistas que publiquen revisiones así. Pero bueno, al final las revistas también son negocios y quieren artículos “taquilleros”.

¿Qué nos queda? Tener en mente que no necesariamente le debemos creer a un artículo a pesar de que se titule “revisión sistemática” o “metaanálisis. Siempre, siempre, debemos leer con cuidado. Si no lo hacemos, daremos tratamientos que tal vez no son eficaces o, en el peor de los casos, que pudieran ser dañinos.

Giordano Pérez Gaxiola
Centro Colaborador Cochrane
Hospital Pediátrico de Sinaloa

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