Desde que me inicié como evidenciólogo, cuando era residente a finales del milenio pasado, veía con confusión los niveles de evidencia que los gurus de aquellas épocas colocaban en sus charlas. Una tabla enorme y confusa de los niveles de la evidencia (que si 1a, 1b, etc) y las recomendaciones (A, B, C, D, E).
Pronto aparecieron en las guías clínicas y los creadores de guías las usaban a diestra y siniestra. A mí, en lo particular, me generaba estrés y tenía que volver a la tabla a cada rato a verificar qué significaba cada letra y cada número. Conforme me fui adentrando en la crítica de la literatura comprendí en algo su significado y objetivos.