Hace poco escuchaba a un colega quejarse o más bien preguntarse si iba contra corriente al practicar la medicina basada en evidencia en una arena puramente de índole privado, es decir, donde el único o el mayor ingreso económico proviene del cobro de sus honorarios a sus pacientes.
Y es que una característica del paciente privado mexicano es que siente que si va a pagar a un médico por sus servicios, no puede irse del consultorio sin una receta de uno de los antibióticos más caros, o con una lista enorme de medicamentos con nombres rimbombantes.